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segunda-feira, 26 de julho de 2010

HÉROES DE NUESTRO TIEMPO - Por: Mario Vargas Llosa

Exilados cubanos desembarcando em Madri
EN SU COLUMNA Piedra de Toque, Mario Vargas Llosa analiza el proceso de excarcelación de los 52 presos políticos cubanos. El análisis del escritor peruano-español pone el dedo en la herida que hace sufrir de remordimiento a los socialistas españoles, por lo menos a los que integran la cúpula gubernamental (Zapatero & Compañía): ellos han dejado de ser socialistas del atraso (abandonando un socialismo tipo PT, con infinitas saudades del imperio soviético y con fijación en los hermanos Castro y en el hijo mayor de ese matrimonio macondiano: el líder bolivariano Chávez). Pero, para consolación, han preservado la representación del atraso, manteniendo una relación de infinita tolerancia con la dictadura cubana, a la que, ciertamente, el gobierno español debería presionar - como de hecho lo hace la Comunidad Europea -, para que libere de las mazmorras del castrismo a los once y medio millones de cubanos que han sido presos en el paraíso castrista. Es lo que Robert Dahl llamaba "tentación socialdemócrata", tan común en algunas cabezas socialdemócratas brasileñas: rompimiento con el marxismo-leninismo, pero tremenda verguenza de ser fichado como de derecha por su proximidad con los liberales. Por su actualidad y su aplicabilidad a la realidad brasileña, reproduzco el artículo de Vargas Llosa, que fué públicado por el diario El Colombiano.

El Colombiano – Medellín, 26 de Julio de 2010.

Que una veintena de presos políticos cubanos hayan sido excarcelados y venido a España con sus familias, y que el Gobierno de Raúl Castro haya prometido excarcelar en los próximos "cuatro o cinco meses" a algunas decenas más es una buena cosa, sin duda, y hay que alegrarse por ello.

Lo primero que cabe preguntarse sobre este puñado de exiliados que, después de largos años de martirio en las prisiones cubanas, salen libres, es quiénes son. Ninguno pertenece al antiguo régimen, todos nacieron y fueron formados por la revolución, y su disidencia, por lo tanto, no nace de nostalgia por un pasado que no conocieron, sino de un rechazo a una dictadura que han padecido desde adentro y que despertó en ellos un anhelo de libertad. Por sus oficios, representan todo el abanico social: obreros, artesanos, ex soldados, periodistas, ex funcionarios. ¿Los delitos por los que fueron condenados a esas durísimas penas de doce, quince y veinte años de prisión? Firmar peticiones, escribir artículos, tener una máquina de escribir, constituir grupos de derechos humanos u oficinas de información independientes, actividades pacíficas y ajenas a cualquier tipo de subversión o violencia. Si a eso se suman las infinitas vejaciones, golpizas, torturas y castigos de toda índole de que han sido víctimas los años que pasaron en la cárcel, no hay duda, cada uno de ellos es un testimonio viviente de la brutalidad irracional que aplica el régimen castrista contra quienes no se someten a él con servidumbre total y del heroísmo que hace falta para enfrentarse, aunque sea de la manera más benigna, contra una dictadura totalitaria como la cubana.

¿Por qué han podido salir de la isla? ¿Por los buenos oficios de la Iglesia Católica, "acompañada" del Gobierno español, según la fórmula empleada por el ministro de Asuntos Exteriores Miguel Ángel Moratinos? Mi impresión es, más bien, que el Gobierno cubano, viéndose en una tesitura sumamente difícil luego de la muerte del disidente Orlando Zapata, luego de 86 días de huelga de hambre, que provocó condenas en todo el mundo, y la inminente muerte de Guillermo Fariñas que llevaba cerca de 130 días en huelga de hambre, decidió hacer un gesto y se sirvió de ambos para sus propios fines. ¿Cuáles? El primero, desactivar la campaña exterior contra el régimen y levantar algo su desprestigiada imagen institucional.

El segundo, más importante, conseguir mediante estas excarcelaciones que la Unión Europea abandone la Posición Común que suspende toda colaboración económica con el régimen mientras no haya una mejora tangible de los derechos humanos en la isla. Para la dictadura cubana, que vive una situación económica crítica, de la que no sabe cómo salir porque teme que cualquier apertura a la inversión privada y liberalización del mercado la debilite y signifique el principio del fin de la estructura vertical que la sostiene, la cooperación y ayuda exterior son el balón de oxígeno indispensable para alargarle la vida.

Es ingenuo pensar que la excarcelación de unas decenas de presos políticos constituye una reforma sustantiva de la política del régimen contra la oposición. Uno de los rasgos más repugnantes de la dictadura caribeña ha sido su vieja costumbre de regalar presos a los políticos occidentales que iban a hacer el besamanos al dictador, para que ganaran bonos en sus países como "Salvadores" y dieran testimonio de lo flexible que podía ser el régimen cuando era tratado con comprensión. Este innoble tráfico de carne humana en las relaciones públicas puede permitírselo sin riesgo alguno una satrapía cuya reserva de prisioneros políticos es un barril sin fondo, y reemplaza a discreción los presos que ofrece a sus huéspedes importantes.

Por el momento, nada ha cambiado, salvo que -¡en buena hora!- unos cuantos héroes de nuestro tiempo han podido salir de Cuba con sus familias a iniciar la difícil vida del destierro, y, como han dicho todos ellos, a seguir luchando desde el exterior por la democratización de su país. Los medios de comunicación cubanos no han dicho palabra de lo ocurrido, salvo la reproducción en Granma de un comunicado del arzobispado que debe haber dejado en la luna a sus lectores. No hay una sola disposición, reglamento o ley que sirviera para mandar a la cárcel a los disidentes que haya sido suspendida, abolida o corregida, ni la menor promesa del Gobierno cubano que haga suponer que la excarcelación es el inicio de una política de tolerancia para los objetores.

El Gobierno socialista español cree que sí lo es y éste es el argumento con que el ministro Moratinos tratará de convencer a sus colegas de la Unión Europea para que levanten la Posición Común y la sustituyan por una política de apaciguamiento, amistad y "diplomacia silenciosa" que vaya persuadiendo discretamente a la dictadura de que inicie de una vez una apertura real.

Confieso que nunca he entendido por qué un gobierno democrático, en el que hay un buen número de luchadores contra el franquismo que vivieron en carne propia lo que significa una dictadura totalitaria, lleva a cabo con Cuba una política que, en términos prácticos -son los que importan- sólo sirve para prolongar la existencia de una dictadura atroz, que lleva más de medio siglo, y que ha hundido a los cubanos en la miseria, el miedo, la inseguridad y el más cruel despotismo. Y, peor todavía, que constituye una recusación y hostilidad flagrantes contra una oposición que, jugándose la vida y exponiéndose a abusos y represalias vesánicas, lucha para que Cuba alcance lo que tiene España desde la muerte de Franco.

Me lo he preguntado muchas veces y cada vez me parece más difícil encontrar una respuesta que no implique una patética falta de visión, la pequeñez o la ceguera. ¿El acercamiento a la dictadura cubana del Gobierno socialista español es, simplemente, una manera de mostrar un cambio radical de política con la del Gobierno de José María Aznar, quien persuadió a Europa de adoptar la Posición Común? Si fuera así, la política exterior de España no sería más que un juguete sin brújula al servicio de menudas querellas partidistas, sin continuidad, horizonte geopolítico ni moral.

Tal vez, la explicación sea de otra índole. El socialismo español, afortunadamente para España, de socialismo tiene ya sólo el nombre (y acaso la nostalgia). Como todos los partidos socialistas del Occidente, el español se ha modernizado, renunciando a los viejos paradigmas ideológicos, la lucha de clases, el estatismo, el colectivismo, el dirigismo económico, y ha terminado por conformarse a realidades que antes combatía con encono, la empresa privada, el mercado, la inversión extranjera, y es, hoy día -aunque nunca lo reconocería en estos términos- un baluarte del capitalismo y de la democracia liberal. Sus diferencias con los partidos conservadores y centristas son menudas e intrascendentes, salvo en la retórica de sus dirigentes, en la que a veces sobrenadan los antiguos clisés de la enterrada ideología.

Me pregunto si la incomprensible e inmoral política del Gobierno socialista español de colaboración con el castrismo no es una manera para sus dirigentes de demostrarse a sí mismos que no es verdad que hayan dejado de ser socialistas, que ahí está la prueba, lo que hacen para salvarle la vida a la acorralada revolución cubana, que, aunque haya cometido muchos errores, es todavía el emblema de aquel socialismo que fue el suyo, cuando eran jóvenes y utópicos y creían que la peor de las lacras de la humanidad fue la aparición del capitalismo egoísta y vil. Tal vez eso les dé buena conciencia y, pasajeramente, los exonere de la tristeza de comprobar a cada paso que, en todo lo demás, salvo en Cuba, dejaron de ser "revolucionarios" y se volvieron pragmáticos, social demócratas, es decir "social pendejos" como los llaman los 'compañeros' cubanos, y, horror de horrores, ¡hasta liberales! Qué pena que toda esta operación exculpatoria de un Gobierno que debería liderar el apoyo de los países libres a los héroes de la libertad en Cuba, se haga a costa de once millones de cubanos sometidos desde hace más de medio siglo a un régimen que se disputa con Corea del Norte el privilegio de ser la última dictadura comunista del planeta.

Hago votos para que, siguiendo lo que piden los presos políticos desterrados de Cuba, la Unión Europea no cometa la imprudencia de renunciar a la Posición Común y la mantenga hasta que el régimen de los hermanos Castro dé pasos verídicos y comprobables de una democratización.

domingo, 25 de julho de 2010



JÁ NÃO PODEMOS DIZER NADA! - Por: Sandra Cavalcanti

Amigos, não podia deixar de reproduzir, neste espaço, o belo artigo de Sandra Cavalcanti que, nestes tempos dramáticos de cinismo generalizado, se faz eco do sentimento de muitos brasileiros. Já imagino os petralhas dizendo, como de praxe: "Sandra Cavalcanti radicalizou!", como já disseram de Demétrio Magnoli e como, em e-mails irados, alguns militantes também me acusaram. Bom, deixemos claro que se radicalizar -se significa não perder a alma e preservar a dignidade, em boa hora devemos nos radicalizar como faz Sandra Cavalcanti neste texto magnífico.


Em 14 de de abril de 1930, aos 36 anos, Vladimir Maiakóvski, o maior poeta russo da era contemporânea, deu um fim trágico à sua atormentada vida. Matou-se porque perdeu toda a esperança e se viu diante de uma estrada sem saída.

Sua obra é absolutamente revolucionária, como revolucionárias eram as suas idéias. Mas o poeta, dizia ele, por mais revolucionário que seja, não pode perder a alma!

Ele acreditou piamente na Revolução Russa e pensou que um mundo melhor surgiria de toda aquela brusca e violenta transformação. Aos poucos, porém, foi percebendo que seus líderes haviam perdido a alma.

A brutalidade crescia. A impunidade era a regra. O desrespeito às criaturas era a norma geral. Toda e qualquer reação resultava em mais iniqüidades, em mais violência. Um stalinismo brutal assolou a pátria russa. Uma onda avassaladora de horror e impotência tomou conta de seu espírito, embora ainda tentasse protestar. Mas foi em vão. Rendeu-se e saiu de cena.

Em 1936, escreveu Eduardo Alves da Costa o poema No caminho com Maiakóvski, que resume sua desoladora tragédia. "... Na primeira noite eles se aproximam/ e roubam uma flor/ de nosso jardim./ E não dizemos nada./ Na segunda noite, já não se escondem:/ pisam as flores,/ matam nosso cão,/ e não dizemos nada./ Até que um dia,/ o mais frágil deles/ entra sozinho em nossa casa,/ rouba-nos a luz e,/ conhecendo nosso medo,/ arranca-nos a voz da garganta./ E já não podemos dizer nada."

Nestes tristes tempos, muitos estão vivendo as angústias desabafadas neste poema. Também acreditaram em líderes milagrosos, tiveram esperanças em dias mais serenos, esperaram por oportunidades melhores e sonharam com paz e alegria. Nunca imaginaram que, em seu lugar, viriam a impunidade, a violência, o rancor e a cobiça. Os que chegaram ao poder, sem nenhuma noção de servir ao povo, logo revelaram a sua verdadeira face.

O País está vivendo uma fase de completo e total desrespeito às leis. A Lei Maior, aquela que o País aprovou por meio de seus representantes, não existe. Para uns, todas as leniências. Para outros, todos as violências. Nas grandes cidades, dois governos, duas autoridades: a tradicional e a dos marginais. No campo, ausência de direitos e deveres. Uma malta de desocupados, chefiados por líderes atrevidos e até debochados, está conseguindo levar o desassossego e a insegurança aos milhões de trabalhadores rurais que ali se esforçam para sobreviver. Isso já vem acontecendo há muito tempo e não há sinal de que alguma autoridade pretenda submetê-los às penas da lei. Ao contrário. Eles gozam de imenso prestígio junto ao presidente, que não se acanha em lhes dar cobertura e agir com a maior cumplicidade.

A ausência das autoridades tem sido o grande estímulo para que esses grupos, e outros que vão surgindo, venham conseguindo, num crescendo de audácia e desrespeito, levar o pânico aos que vivem do trabalho no campo. A mesma audácia impune garante também a expansão das quadrilhas de narcotraficantes em todo o País. A cada dia que passa eles chegam mais perto de nós. Se examinarmos com atenção os acontecimentos destes últimos dois anos, dá para entender o nosso medo.

Quando explodiu o caso do Waldomiro Diniz, as autoridades estavam na obrigação de investigar tudo e dar uma punição exemplar. O que se viu? Uma porção de manobras para encobrir os fatos e manter os esquemas intocáveis. E qual foi a reação do povo? Nenhuma.

Roubaram uma flor de nosso jardim, a flor da decência, da dignidade, da ética, e nós não dissemos nada!

Quando, da noite para o dia, dezenas de deputados largaram suas legendas e se bandearam para as hostes do governo, era preciso explicar tão misteriosa adesão. O que se viu? Uma descarada e desafiadora alegria no alto comando do País! E qual foi a reação do povo? Nenhuma.

Eles nem se esconderam. Pisaram em nossas flores, mataram o cão que nos podia defender. E nós não dissemos nada!

Quando um parlamentar, que integrava a tal maioria, veio denunciar o uso de recursos públicos, desviados de forma indecente, com a conivência dos altos ocupantes do governo, provando que a direção do PT e do governo sabiam de tudo e de tudo se haviam aproveitado, qual foi a reação do povo? Nenhuma.

Eles nem se importaram com o fato de terem sido descobertos. O mais frágil deles entrou em nossa vida, roubou a luz de nossas esperanças e, conhecendo o nosso medo, ainda se deu ao luxo de arrancar a nossa voz da garganta!

Será que vamos aceitar? Não vamos dizer nada? Será que o povo brasileiro perdeu de vez a sua capacidade de se indignar? A sua capacidade de discernir? A sua capacidade de punir?

Acho que não. Torço para que isso não esteja acontecendo. Sinto, por onde ando e por onde vou, que lá no mar alto uma onda de nojo está crescendo, avolumando-se, preparando-se para chegar e afogar esses aventureiros. Não se trata, simplesmente, de uma questão eleitoral. Não se cuida apenas de ganhar uma eleição. O importante é não perder a alma. O direito de sonhar. A vontade de viver melhor.

Colocar este momento como uma simples luta entre governo e oposição é muito pouco. E derrotá-los, simplesmente, também é muito pouco, diante do crime que eles praticaram contra as esperanças de um povo de boa-fé.

O que vai hoje na alma das pessoas é o corajoso sentimento de que é preciso vencer o pavor e o pânico diante da audácia dessa gente, não permitindo que eles nos calem para sempre. Se não forem enfrentados, se não forem punidos, se seus métodos e processos não forem repudiados, nosso futuro terá sido roubado. Nossa voz terá sido arrancada de nossa garganta.

E já não poderemos dizer nada. 
Sandra Cavalcanti, professora, foi deputada federal constituinte, secretária de Serviços Sociais no governo Lacerda e presidente do BNH



 

sexta-feira, 23 de julho de 2010

OS BRICS - PAPEL DA RÚSSIA E DA CHINA

Vologda, a cidade de Ivã o Terrível
A Grande Muralha da China
[Este ensaio foi publicado no número 9 da revista eletrônica Liberdade e Cidadania, em Julho de 2010]

O conceito de BRICS, como se sabe, é recente. Não traduz uma realidade simples, mas uma relação complexa entre várias unidades nacionais que não possuem uma política comum, mas que têm alguns pontos que as aproximam, outros que as distanciam, no complexo cenário do mundo globalizado. Daí a importância de se partir para uma abordagem dessa temática à luz da metodologia dos estudos monográficos, sugerida por dois ícones da sociologia brasileira: Sílvio Romero e Oliveira Vianna (formuladores da tendência conhecida como “culturalismo sociológico”). Somente nos aproximando, dessa forma, da genérica realidade abarcada pelo nome de BRICS, conseguiremos iluminar a questão e ir entendendo os aspectos mais relevantes.
   
       De outro lado, Marcos Azambuja [2009: 31] deixou claro que seria uma redução simplista atribuir o surgimento da temática dos BRICS a um alto executivo da Goldman Sachs, quando é de domínio público que o conceito da importância crescente dos “quatro grandes emergentes” (Brasil, Rússia, Índia e China) já tinha trânsito no seio da Organização para Cooperação e Desenvolvimento (OCDE), bem como em foros internacionais.
   
       A fim de esclarecer a temática dos BRICS, adotando a metodologia monográfica apontada, analisarei, neste trabalho, as perspectivas que se descortinam, no mundo globalizado, para dois integrantes desse grupo: a Rússia e a China, levando em consideração, de outro lado, como objeto formal da minha pesquisa, a perspectiva do “Estado Patrimonial”, encontradiço, aliás, em todos os integrantes do grupo. Em estudo ulterior desenvolverei a mesma indagação em relação aos dois outros membros dos BRICS, o Brasil e a Índia.
   
       RÚSSIA.
     
       O bárbaro assassinato, em Moscou, em outubro de 2006, da jornalista Ana Politkovskaya, deixou claro que a liberdade de imprensa, na Rússia, está seriamente ameaçada pelo Estado autoritário [cf. Politkovskaya, 2007]. O processo de democratização do país sofre com a estrutura do poder ferreamente controlada pela burocracia, centralizada ao redor dos organismos de segurança, cujo chefe continua sendo o ex-presidente (e agora primeiro ministro) Vladimir Putin. Trata-se de um contexto político que é, sem dúvida, patrimonialista. A Rússia, aliás, tinha sido considerada por Max Weber e Karl Wittfogel, no século passado, como paradigma desse tipo de dominação, cuja nota característica consiste em que o poder é exercido, pela elite dominante, como se fosse a sua propriedade familiar [Cf. Weber, 1977: II, 810-847; Wittfogel, 1977: 174].
   
       Para os países latino-americanos que se debatem atualmente entre várias modalidades de populismo patrimonialista (de cunho totalitário em Cuba e, possivelmente, na Venezuela, de feição telúrica na Bolívia e no Equador, de modalidade estamental-operária na Argentina, de tipo messiânico-sindical no Brasil, de feição familístico-exportadora no Paraguai, de clientelismo armado na Colômbia, etc.) é de grande valor estudar o processo de evolução do patrimonialismo num país como a Rússia. As nossas realidades, em que pese as diferenças históricas, assemelham-se em não poucos pontos, do ângulo do poder que exercem as respectivas burocracias em ambos os contextos, no seio de uma cultura altamente privatizante do espaço público por clãs e patotas.
   
       De forma semelhante a como Hitler destroçou a intelectualidade alemã, a fim de erguer à liderança do país as mediocridades de que se compunha a elite do Partido Nacional Socialista alemão, Lênin e Stalin fizeram outro tanto na Rússia: eliminaram simplesmente todos aqueles que fossem capazes de pensar ou elaborar uma visão da União Soviética e do mundo, diferente da que eles professavam [cf. Volkogonov, 2008: 1-163]. A mentalidade que se estabeleceu no poder era essencialmente unilinear, o que fez com que ficasse comprometido o processo de consolidação da Rússia como nação moderna. Isso se viu agravado com a perpetuação, sob Stalin, das erráticas políticas agrícolas de Lenine, que levaram, pura e simplesmente, como lembra Antônio Paim, ao desaparecimento dos empresários rurais. O próprio líder da revolução bolchevique tinha, aliás, uma visão bastante ingênua do que era a economia industrial, imaginando que esta se reduziria a simples controle cartorial, pelo Estado, sem maior preocupação com as questões técnicas [Paim, 2009: 106, 124]. Em 1937, depois de Stalin ter eliminado os velhos bolcheviques que lhe faziam oposição, somente 17,7% dos secretários regionais do Partido Comunista e 12,1% dos chefes urbanos do mesmo tinham educação superior, enquanto que 70,4% (dos chefes regionais) e 80,3% (dos chefes urbanos) somente tinham recebido educação primária. Ou seja: o velho ditador nivelou o país por baixo, de forma a não ser incomodado [cf. Poch-de-Feliu, 2003: 6 seg.].
   
       Quadro bastante fiel desse processo de morte da inteligência foi traçado por Piotr Schelest, primeiro-secretário do Partido Comunista ucraniano entre 1963 e 1972, com as seguintes palavras: “Quase cada dia, ou melhor, cada noite, havia detenções de trabalhadores na fábrica. Muitos trabalhadores qualificados, engenheiros, até o chefe do corpo de bombeiros, eram detidos. Mais de oitenta pessoas. Alguns regressaram à fábrica, mas guardavam um silêncio total sobre o que lhes aconteceu, ou acerca dos motivos da sua detenção. De muitos detidos não voltamos a ter mais notícias. Desapareceram. As acusações como inimigos do povo ou oportunistas apareciam constantemente na imprensa, na rádio e nos discursos dos ativistas do partido. Todos desconfiavam de todos; o pai do filho, o filho do pai. As denúncias contaminavam tudo e todos. Foi um tempo muito duro e nós sobrevivemos por casualidade” [Poch-de-Feliu, 2003: 6-7].
   
       Desaparecido Stalin, o centro do sistema foi sendo ocupado por burocratas pertencentes à antiga nomenklatura, formados na mentalidade de enriquecer a partir do Estado, passando rasteira em todos quantos se opusessem às suas tacanhas ambições. Era como se tivesse sido organizada uma grande Igreja com bispos “orçamentívoros”. Poch-de-Feliu escreve a respeito: “De forma parecida aos ministros da Igreja, os nomenklaturistas eram administradores coletivos de grandes riquezas de propriedade estatal, que a ideologia apresentava como patrimônio social. O convívio com elas fazia-os parecer bispos zelosos do patrimônio que o administravam, sem ser donos dele. Depois de 1964, na URSS institucionalizou-se a época do aparelho, do alto funcionário nomenklaturista como dono coletivo do país. É claro que a existência do aparelho vinha de antes. O fato novo era a sua emancipação política. Com Stalin, o aparelho tinha sido a mão direita do temido caudilho. Eliminados os perigos de morte nas suas relações internas, com Kruzhev o aparelho tinha se emancipado e, a partir de então, os secretários gerais passaram a ser delegados e primus inter pares de um aparelho institucionalizado como dono coletivo do país” [Poch-de-Feliu, 2003: 9]. A nomenklatura soviética passou, portanto, a administrar o público como propriedade privada, preservando, assim, a característica básica da cultura patrimonialista.
   
       No seio dessa cultura de enriquecimento privado às custas dos bens públicos, os nomenklaturistas passaram a se considerar superiores à lei. Os estatutos legais valiam para os outros, não para eles. Podiam praticar, sem risco, qualquer tipo de desvio de dinheiros públicos. Ninguém, na cúpula, via nada nem sabia de nada. O pacto era para que cada aparelho se enriquecesse, sugando a parcela de riqueza nacional por ele administrada. Nesse cinismo em que o público confundiu-se com o privado, os interesses pessoais e familísticos passaram a valer mais do que a preocupação com o bem do país. A respeito, escreve Poch-de-Feliu: “Entre os nomenklaturistas não havia respeito pela lei. Sabiam, por própria experiência, que as leis soviéticas eram freqüentemente simples carcaças, instrumentos do capricho ou da necessidade do poder, aplicáveis aos simples mortais, mas não a eles. Embora houvesse muitas atitudes enérgicas ao longo do país, o clima, sobretudo no topo da pirâmide, levava a colocar os interesses pessoais e de grupo, especialmente a possibilidade de utilizar qualquer situação favorável para a ascensão, à frente dos interesses gerais do país. Nesse clima, as boas intenções logo se esgotavam” [Poch-de-Feliu, 2003: 10-11].
   
       Mas, se a burocracia do sistema russo estava bastante contaminada pela corrupção, a ineficiência e as tendências patrimonialistas, no entanto, é bom recordar, ao mesmo tempo, que a sociedade russa é tremendamente rica em inteligência, em capacidade de trabalho e em cultura. Por força dessa riqueza social, não tudo foi negro na administração soviética. Os russos conseguiram erguer uma poderosa máquina de guerra e colocaram a seu serviço uma indústria pesada bem desenvolvida. Cientistas de primeira linha se formaram ao ensejo dos planos qüinqüenais. De outro lado, o patriotismo russo sempre esteve presente na alma do povo, o que teve como resultado uma sociedade tremendamente combativa, que deu provas de grande heroísmo ao rejeitar com denodo as invasões de que foi vítima desde os primórdios da sua história. A derrota de Napoleão, no início do século XIX, bem como a resistência dos russos às potências do Eixo, na Segunda Guerra mundial, são provas desse valor.
   
       Esse foi o pano de fundo em que se desenhou a glasnost de Gorbatchev. Representante da geração nova de tecnocratas cansados com a pachorrenta burocracia, este estadista decidiu pôr em marcha um movimento de contestação das antigas estruturas, partindo de dentro do próprio sistema, numa espécie de “autoritarismo instrumental” que lembra a frase do general Figueiredo: “Juro fazer deste país uma democracia e prendo e arrebento que se opuser”.

       A estratégia de Gorbatchev consistiu, basicamente, no seguinte: ir substituindo, de maneira rápida, os antigos dirigentes do Partido, por lideranças mais afinadas com os anseios da sociedade civil, de um lado, e com as exigências da elite tecnocrático-militar, de outro. A União Soviética caiu de podre, mas a Rússia não foi deitada por terra definitivamente, em virtude dessa ação planejada por Gorbatchev. Não havia como sustentar por mais tempo a velha árvore carcomida pelos ávidos cupins da burocracia, instalada no interior dos aparelhos [cf. Volkogonov, 2008: 386 seg.].

       A respeito da forma tipicamente patrimonialista em que a burocracia do Partido Comunista dominava o país como se fosse a sua posse, escreve Poch-de-Feliu: “Em mãos da nomenklatura concentravam-se a autoridade, a produção, a administração, a distribuição, a criação e a interpretação da ideologia. A sua coluna vertebral era o Partido de Estado, uma instituição que não tinha nada a ver com os partidos políticos de um sistema plural. O Partido, não os seus membros, que eram nominalmente 20 milhões, mas os seus funcionários, era a parte decisiva do Estado. O Partido apresentava-se como genuíno representante da sociedade civil, mas, na realidade, a sua presença impedia a separação de poderes e o estado de direito, ou seja, privava à sociedade civil do oxigênio necessário para a sua existência”.
   
       Economicamente, o Estado-Partido usurpava as funções do mercado: determinava as necessidades, fixava os preços e distribuía os recursos. Os postulados da ideologia oficial castravam ou retardavam o pensamento livre e a espontaneidade, e criavam, além do mais, uma atmosfera social fechada e pesada”[Poch-de-Feliu, 2003: 11].

       A tarefa de que se desincumbiu Gorbatchev e a sua equipe não foi fácil. Destaquemos, em primeiro lugar, que ele encarnou, de maneira decidida, como, aliás, já o tinham feito os seus antecessores comunistas, a tradição monárquica herdada do czarismo (um outro traço patrimonialista). Centralização total do poder nas suas mãos. Somente assim pode ser entendido o complexo processo de engenharia política que deu ensejo à Glasnost e à Perestroika. Gorbatchev devia administrar quatro segmentos diferentes: os anti-estalinistas, os partidários do “socialismo com rosto humano”, os tecnocratas vinculados às Forças Armadas e a pesada burocracia do sistema, popularmente chamada de O Lamaçal.
   
       O que ocorreu na Rússia, entre o final da década de oitenta do século passado e o final da primeira década deste século, foi muito rápido e corresponde a esses fenômenos de “aceleração da história”, em momentos pico que acontecem raras vezes. O processo pode ser sintetizado assim: Gorbatchev conseguiu controlar O Lamaçal, mudando rapidamente toda a cúpula do Partido Comunista, por elementos afinados com o interesse que ele perseguia, de tornar o sistema favorável à aceleração das forças produtivas, criando um mínimo de racionalidade e conferindo espaço à livre iniciativa. O movimento começou com uma audaciosa abertura no terreno cultural e da livre expressão. Imprensa e intelectuais registraram, com surpresa, a velocidade com que o discurso mudou, em questão de meses, nas mesmas pessoas, indo da defesa incondicional da pachorrenta burocracia e do controle de tudo pelo Partido, até a audaciosa defesa dos novos objetivos da produção, do mercado e da abertura, incluídos aí os direitos humanos. Tudo isso, é bem verdade, embalado na retórica ortodoxa: as medidas reformistas implementadas a partir do Executivo eram novas exigências da antiga revolução leninista, que, infelizmente, foi desviada do seu curso por um bando de bastardos e corruptos. A rápida ascensão de Yeltsin, ambicioso e conflitivo dirigente provincial do Partido, explica-se desta forma: agilmente intuiu qual era a ordem do dia formulada pelo Secretário-Geral do PC, adaptou-se a ela e ascendeu à máxima liderança do sistema, na cidade de Moscou [cf. Gorbachev, 1988. Volkogonov, 2008: 411-423; Poch-de-Feliu, 2003: 20-55].
   
       O embate entre Gorbatchev e Yeltsin foi a luta entre dois estilos de czarismo: o encarnado por Gorbatchev, um estrangeirado proveniente de família estruturada de classe média rural, refinado, casado com uma intelectual, profundo conhecedor das leis pela sua formação de advogado na Universidade de Moscou, a escola que formava a elite do país, aberto ao diálogo com as sociedades ocidentais; e o estilo materializado em Yeltsin, um campônio rude, filho de pai violento que o surrava desde a infância, formado em engenharia numa universidade de província, aventureiro que perdeu dois dedos da mão esquerda ao desmontar, ainda rapazola, uma granada que roubou do quartel do Exército Vermelho na sua cidade natal, beberrão, surfista ferroviário, briguento, casado com uma dona de casa que nada tinha de intelectual. Yeltsin, como todo mundo sabe, ganhou a parada. Ele se afinava melhor com o cidadão russo médio, que terminou valorizando mais o seu populismo do que a sofisticação de Gorbatchev [cf. Brown – Shevtsova, 2004].
   
       As últimas etapas da evolução russa estão marcadas pela guerra contra os separatistas chechenos. A luta contra o fundamentalismo, os atentados de que têm sido vítimas cidadãos russos em Moscou e em outras cidades, a tremenda capacidade de luta desse povo da região montanhosa do Cáucaso, terminaram com que a balança do poder pendesse para o aparelho de segurança chefiado por Vladimir Putin. Este, frio como gelo, bem como o seu sucessor e íntimo colaborador, Medvedev, caracterizam-se pelo seu pragmatismo grão-russo, que faz com que desenvolvam uma complexa política de manutenção dos pactos comerciais com o Ocidente, ao mesmo tempo em que apertam o parafuso da segurança interna e azeitam de novo a máquina de guerra, tudo financiado com os fartos dólares da exploração do gás natural e do petróleo do Mar Cáspio e da Sibéria.

       Quais as alternativas que, no sentir dos estudiosos, restam para a Rússia, na atual quadra do seu desenvolvimento histórico? Mencionemo-las:
   
       1 - A Rússia, após Gorbatchev, entrou no mundo e o mundo entrou nela. É pouco provável um retrocesso que a segregue do convívio com o Ocidente. É pouco provável, também, que os novos czares assinem embaixo de um manifesto contra a globalização. As forças de segurança que hoje controlam o poder na Rússia deverão estabelecer limites ao terror de Estado exercido em contra dos dissidentes, como os chechenos, por exemplo, a fim de não aumentar as arestas com os países ocidentais [cf. Karol – Nivat, 2002: 32-37]. Até quando a dupla Putin-Mevdvedev conseguirá manter, de um lado, as aparências de legitimidade constitucional do sistema e, de outro, exercer o controle sobre a cúpula do aparelho de segurança do país, a FSB, que é a real detentora do poder? Pergunta que fica na incerteza. A respeito, escrevem Yuri Felshtinsky e Vladimir Pribilovski, na parte final da obra intitulada A era dos assassinos – A nova KGB e o fenômeno Vladimir Putin: “Assim como nossos leitores, tudo o que podemos fazer é aguardar e observar com muita atenção o desenvolvimento dos acontecimentos na eternamente imprevisível Rússia” [Felshtinsky – Pribilovski, 2008: 379].
   
       2 - Os russos podem trilhar o seu próprio caminho e apresentá-lo ao mundo, enveredando por uma globalização “com rosto humano”, diante da globalização chefiada pelos americanos e pelo seu estilo de capitalismo financeiro agressivo. Claro que, ao fazê-lo, estarão ressuscitando velhos sonhos patrimonialistas, ao insistir, em face da atual crise financeira internacional, num “capitalismo de Estado” como forma de evitar a crise do cassino global. Ora, esse tal capitalismo não seria outra coisa senão o velho sistema econômico patrimonialista, que consiste em montar empresas de fachada, financiadas com os generosos recursos oficiais, a fim de distribuir dividendos, como se diz hoje no Brasil, “entre os amigos do rei”, no caso russo, do czar de plantão e os seus amigos. É o que parece estar acontecendo, de fato, na Rússia atual, com o controle crescente da burocracia política, chefiada pelos organismos de segurança, sobre o sistema produtivo, notadamente as empresas ligadas ao gás natural e ao petróleo (fala-se, hoje, em Moscou, em termos ufanistas, da Rússia como “Superpotência energética”). A propósito, frisa Roberto Colin: “O objetivo de Putin é fazer da Rússia um ator independente na arena internacional, mediante o fortalecimento do Estado (...). A ênfase de Putin na força e na unidade tem por objetivo contrabalançar a sensação de insegurança (um traço psicológico com raízes profundas na história russa) ocasionada pelo colapso financeiro de 1998, pela expansão da OTAN, pelo terrorismo dentro da Rússia e pelo unilateralismo norte-americano” [Colin, 2007: 1122].
   
       3 - À sombra da política energética agressiva que está em desenvolvimento, a Rússia costurará, no decorrer das próximas décadas, nexos mais estreitos com a União Européia. Nos dois últimos invernos, os russos já deixaram claro aos seus vizinhos ucranianos e aos europeus ocidentais em geral, que são eles os que controlam as chaves do gás natural que abastece a todos e que serão duros na negociação do precioso combustível. Esse jogo se traduzirá em melhores condições de venda do gás natural, que logicamente beneficiarão aos dirigentes russos. A respeito, frisa Roberto Colin: “A interdependência energética deverá garantir uma relação estável entre as partes no médio e no longo prazo. O aumento da importância do petróleo e do gás como elementos de poder nacional, além de outras questões, acelerou a evolução da autopercepção e da autoconfiança da Rússia como importante ator internacional. A arena mais relevante para a realização dessa percepção tem sido a Europa” [Colin, 2007: 122].
   
       4 - No terreno das relações internacionais, a Rússia deve ter um cuidado especial com a identificação do seu inimigo principal, (seguindo a trajetória da cultura milenar do povo russo que visou, sempre, a identificar o desafeto da vez, em todas as épocas). Isso com a finalidade de não trombar de frente com inimigos mais poderosos (especialmente a China, a Comunidade Européia, os Estados Unidos e o Japão), que sejam capazes de cortar os investimentos necessários ao desenvolvimento econômico. Trata-se de uma consideração bem pragmática, num mundo em que o que prevalece, talvez, seja um tipo de epicurismo nas relações internacionais.
   
       5 – Nesse conjunto de potências mundiais, certamente se destaca a China, como aquela com a qual a Rússia deverá desenvolver uma política mais prudente no decorrer dos próximos decênios. Não se trataria, evidentemente, de voltar às hostilidades que marcaram as relações com a China no período da Guerra Fria. A atitude da Rússia, em face dessa variável é, hoje, muito mais pragmática, diante de um competidor mais populoso e que ostenta índices de crescimento econômico muito por cima do resto do mundo. A atitude russa oscilará, segundo os estudiosos, entre buscar conter os avanços comerciais da China mediante alianças com as potências Ocidentais e procurar uma relação de parceria com o gigante chinês. Nesse contexto de freios e contra-freios, o papel da Índia como potência emergente é importante para a Rússia, pois se apresenta como significativo comprador de armas russas. Ora, esse comércio possibilitará aos indianos continuar com a tarefa de organizar um dos maiores e mais avançados exércitos do mundo, sem aumentarem a sua dependência do Ocidente, notadamente dos Estados Unidos [cf. Colin 2007: 124]. No caso da América Latina, os russos continuarão a espalhar o comércio de armamentos, como já o fazem há várias décadas. O principal comprador, nestes últimos anos é, certamente, o presidente Chávez, da Venezuela, que obteve dos dirigentes do Kremlin a autorização para instalar uma fábrica de rifles de assalto kalashnikov, que certamente trará muitas dores de cabeça, no futuro, aos vizinhos do regime de Caracas.
       
       CHINA.
   
       Nas últimas décadas do século passado houve uma descoberta importante: A China existe! O mundo assistiu, perplexo, após o ciclo maoísta, à entrada em cena desse gigante do Oriente, que pretendia, nada mais, nada menos, do que ocupar um lugar ao sol entre as potências mundiais, não apenas ostentando a sua máquina de guerra, como fizeram os soviéticos, mas se convertendo, de fato, em grande nação capitalista! Essa novidade foi assim traduzida por Gang Yang, no seu ensaio intitulado As três grandes tradições da nova era: “A simples existência da China cria um problema para os registros ocidentais sobre a história mundial. A Bíblia não dizia nada sobre a China. Hegel via a história mundial como tendo começado na China e terminado em uma crescente perfeição com a civilização alemã. A tese do fim da história com Fukuyama simplesmente substitui a Alemanha pelos Estados Unidos. Mas, de repente, o Ocidente descobriu que no Oriente existe essa tal de China: um grande império, com uma longa história e um passado glorioso. Um completo novo mundo acaba de surgir” [apud Leonard, 2008: 17].
   
       Foi impressionante o belo espetáculo com que os chineses abriram as Olimpíadas de Pequim no verão de 2008. Nessa mega encenação da mitologia chinesa formadora da identidade nacional, não foi feita nenhuma menção a Mão. Era como se os sessenta e tantos anos de comunismo não tivessem existido. O que foi ressaltado no evento, para que todo mundo guardasse na memória, era a mensagem de que a China possui uma identidade própria muito anterior às ideologias ocidentais (e o comunismo é, indiscutivelmente, uma delas). A grandiosidade do movimento matematicamente ritmado de centos de figurantes, as assombrosas mutações de sombras e de luz, os conhecidos dragões em alegres circunvoluções, o barulho ensurdecedor de centenas de tambores, tudo tinha uma mensagem que apelava para um passado mais remoto. Os chineses queriam mostrar ao Planeta que foram formatados em moldes diferentes, que se confundem com as brumas dos tempos da sua história de milênios. O Confucionismo era, certamente, uma das idéias-chave dessa apresentação. O Confucionismo que valoriza a riqueza pelo trabalho, o comércio, a disciplina rigorosa. Essa era a cara da nova China que se apresentava ao mundo no milênio que começa!
   
       Por esse motivo, não poderia deixar de iniciar a minha exposição sobre a presença da China no contexto dos BRICS, sem fazer referência ao pano de fundo da milenar história desse povo. O Império Chinês é, certamente, um dos mais antigos e poderosos que conheceu a Humanidade ao longo da sua história. Quatro mil e quinhentos anos, aproximadamente, é a idade da sua saga. Mal poderíamos entender o que se passa hoje na China, sem apreendermos essa rica história, na qual um dos elementos prevalecentes é o cultivo diuturno das ciências a serviço da organização do Estado e da Sociedade.
   
       A longa história da China pode-se identificar percorrendo as etapas das doze principais dinastias [cf. Ronan, 1987: II, 12-17], que foram aparecendo com o correr dos séculos, dando identidade a esse imenso país. Elas são as seguintes:
   
       1 – Dinastia Yang-Chao (2500 a C). Contemporânea da cultura do Indo e do Antigo Império Egípcio. Apareceu um milênio após a construção da cidade de Ur, na Suméria. Esta dinastia dominava sobre milhares de aldeias espalhadas numa longa faixa às margens do Rio Amarelo, de Kansu e Shensi até Shansi, Honan e Xantung. Características deste período foram produtos têxteis, cerâmica pintada e agricultura primitiva.
   
       2 – Dinastia Chang (1520-1030 a C). Trabalhos em bronze. Arte da “escapulamância” ou de predições e registros gravados em omoplatas de boi ou em cascos de tartaruga.
   
       3 – Dinastia dos Estados Guerreiros com primazia da casa Tcheu (povo do oeste) – (1027-318 a C). Primeiro intento de feudalização e Cultura Peripatética (sábios e os seus discípulos que viajavam de uma cidade a outra, com a finalidade de aconselhar os príncipes feudais). Representativa dessa cultura foi a Academia de Xuan, em 318 a C.
   
       4 – Dinastia Chin, sob o imperador Che-Huan-Ti (Di) – (221-202 a C.). Unificação da China sob um regime de despotismo hidráulico, que efetivou a padronização da língua chinesa. O denominado Império de todos sob o Céu, era governado pelo imperador, servido por um eficiente sistema burocrático que, como frisa Colin Ronan, “veio a servir de padrão para todos os governos chineses posteriores; dividiu o país em províncias, iniciou uma padronização em larga escala (dos pesos e medidas, da largura das estradas, do tamanho das carroças, etc.) e uniu várias pequenas estruturas de defesa para formar a Grande Muralha, provavelmente o maior projeto de construção de todos os tempos” [Ronan, 1987: II, 14].
   
       5 – Dinastia Han (202 a C. – 265 d. C.).
Iniciada pelo imperador Wu Ti. Consolidação do Mandarinato. Adoção da doutrina de Confúcio. Implantação da diplomacia expansionista alicerçada no comércio, acompanhando a “rota da seda”. Invenção do papel. O Budismo hindu penetra na China. Romanos e sírios romanos visitam o país.
   
       6 – Dinastia Wei, de índole militar, iniciada pelo general Chin (265-490). Regime militar, em decorrência da reação da sociedade chinesa, em face das invasões mongólicas. Desenvolvimento paralelo da ciência.
   
       7 – Dinastia Tang, de índole comercial e militar, preservando a burocracia do Mandarinato (490-919). Construção do Grande Canal Imperial, no qual trabalharam 5,5 milhões de pessoas, sendo que 2 milhões morreram durante os trabalhos. Confronto com os muçulmanos, na batalha do Rio Talas (751), que marcou o fim da expansão chinesa para o Ocidente, bem como do avanço dos muçulmanos no Oriente. Tratado do imperador Tang com o califa Harun-al-Rachid (chefe muçulmano imortalizado nas Mil e uma noites). Intercâmbio cultual com Pérsia e Síria. Expansão do Budismo e entrada de religiões estrangeiras (cristianismo, maniqueísmo, zoroastrismo). Florescimento da arte e da literatura.
   
       8 – Dinastia Sung, marcada pela instabilidade, decorrente das invasões mongólicas (960-1279). Apesar da agitação política, registra-se a presença de uma grande atividade cultural (em ciência e tecnologia principalmente). Empurrados pelos mongóis, os chineses transferem o governo para o sul, estabelecendo a capital em Hangchow.
   
       9 – Dinastia Yuan (mongólica) (1279-1368). Abertura da sociedade a muçulmanos e estrangeiros ocidentais (Marco Pólo, por exemplo). Melhoria das estradas e das vias navegáveis. Publicação do Grande Atlas por Zhu-Su-Ben. Estabelecimento em Pequim de importante observatório astronômico.
   
       10 – Dinastia Ming após a derrota dos mongóis pela elite chinesa (1368-1644). A capital do Império é fixada em Pequim. Avanços da pesquisa em botânica. Chegada dos jesuítas. Os chineses abandonam o domínio do mar, abrindo o Oceano indico aos árabes e aos portugueses.
   
       11 – Dinastia Manchu (1644-1912). Assimilação, pelos chineses, da ciência ocidental. Enfraquecimento da figura do Imperador e progressiva adoção dos modelos ocidentais em matéria política.
   
       12 – Regime republicano (1912-2008). Três momentos podem ser destacados: da proclamação até a ascensão de Mão, período maoísta e período contemporâneo em que o comunismo chinês se reformula no contexto do Confucionismo e com a abertura ao capitalismo ocidental, sem abandonar, contudo, a Instituição do Mandarinato.
   
       Não há, no mundo de hoje, sobre a Terra, uma nação que tenha, como a China, uma memória cultural que abarque 4.500 anos. Esse fato confere aos chineses uma característica única no seio da globalização. Eles constituem o único país identificado com uma civilização milenar, que foi acumulando, ao longo das centúrias, memória invejável, que se preservou em decorrência da existência de um estamento que cuidou sempre dessa tarefa de manter vivo o DNA cultural: o Mandarinato.



       Os chineses inseriram, na sua cultura, duas importantes tradições: por um lado, de férrea unificação e de defesa; por outro, de expansão comercial. A primeira tradição sedimentou-se muito cedo, com a dinastia Chin (entre 221 e 202 antes de Cristo), quando da unificação do país, após o ciclo conturbado dos Estados combatentes. Essa unificação deu-se de modo feroz, mediante a eliminação das forças oponentes ao poder central do soberano. E sedimentou a prática defensiva do vasto império mediante o isolamento do mundo exterior, garantido pela construção da Grande Muralha (com quase 5.000 quilômetros de extensão), uma obra somente possível graças ao modelo de despotismo oriental, que foi reforçado, alguns séculos mais tarde, com as obras hidráulicas empreendidas pela dinastia Tang (490-919).
   
       A segunda tradição, de expansão comercial, nasceu também muito cedo, ao longo da dinastia Han (202-265), e foi acompanhada pela a adoção do Confucionismo. Essa tradição viu-se reforçada em momentos posteriores como a dinastia Tang, e especialmente ao longo da dinastia mongólica Yuan (1279-1368), mediante a efetivação de grandes trabalhos de construção de vias de comunicação, o incremento da navegação e a publicação do Grande Atlas (tudo isso, evidentemente, em função da expansão comercial).

A novidade da China atual repousa, justamente, na retomada, nos atuais momentos de agressiva globalização, desses dois elementos culturológicos, que funcionam, como diria o general Golbery, à maneira das “sístoles e diástoles do coração do Estado”. Afirmação de uma política defensiva, pensada ao redor do conceito de “Mundo Murado”, ao mesmo tempo em que ocorre o desenvolvimento de uma agressiva expansão comercial. Abertura à ciência e à tecnologia ocidental, sem, no entanto, abrir mão da preservação da própria identidade. Um aspecto não pode ser equacionado, na mentalidade da elite dirigente chinesa, sem que o outro seja também levado em consideração.
   
       Uma palavra sobre o conceito de Mundo Murado. A propósito, escreve Mark Leonard: “O fio condutor que liga as idéias emergentes da China sobre globalização é uma busca por controle. Pensadores chineses querem criar um mundo onde governos nacionais possam ser mestres de seu próprio destino, ao invés de se sujeitarem aos caprichos do capital global e da política externa americana. Eles querem investimentos, tecnologia e acesso ao mercado, mas não querem absorver valores ocidentais. Seu objetivo não é isolar a China, mas, sim, permitir que a China se junte ao mundo nos seus próprios termos. Em resumo, eles querem impedir que a China continue sendo achatada pela globalização” [Leonard, 2008: 134].
   
       Mundo Murado seria, portanto, a construção de uma globalização econômica presidida pela China como potência hegemônica e como formatadora de uma nova escala de valores, que incluiriam, certamente, o capitalismo, mas sobre bases diferentes das elaboradas pela cultura americana, no modelo que os chineses passaram a denominar de “Capitalismo Rio Amarelo”. Tal modelo capitalista “encoraja o uso de dinheiro público para inovação, um impulso de proteger a propriedade pública e reformas graduais de Zonas Econômicas Especiais”. Ora, esse modelo estaria seduzindo, na atualidade, não apenas países africanos. “Em sua busca por imitar o sucesso chinês, - frisa Leonard - países tão diferentes como Rússia, Brasil e Vietnã estão copiando a política industrial ativa de Pequim, que usa dinheiro público e investimentos estrangeiros para construir indústrias de capital intensivo. Esses países (...) desaceleraram – por vezes até mesmo reverteram – os programas de privatização que adotaram nos anos 1990” [Leonard, 2008: 137].

       Como o poderio americano ainda é muito grande, pensam os intelectuais chineses, convém, por enquanto, administrar o declínio dos Estados Unidos, de forma a que não seja por demais acelerado (uma queda excessiva impediria aos chineses de se beneficiarem, como o fazem agora, da tecnologia e dos recursos financeiros fornecidos pelos americanos). Mas, ao mesmo tempo, trata-se de que a China ganhe degraus no mundo globalizado, polarizando outros países ao redor do seu modelo de capitalismo marcado pela forte presença do Estado e por valores provenientes do patrimonialismo chinês.
   
       O modelo de gestão do Estado chinês assemelha-se, a meu ver, ao do patrimonialismo modernizador getuliano, em que o Executivo governa alicerçado nos Conselhos Técnicos Integrados à Administração. Justamente para garantir a criatividade em todos os aspectos da gestão pública, o governo chinês dá grande importância, hoje, ao desenvolvimento da sua elite pensante. Os chineses têm feito, nas duas últimas décadas, um esforço notável em prol de constituir centros de pesquisa de ponta e para preparar quadros para os mesmos. Esses centros agem como órgãos permanentes de consulta do Estado. Um exemplo: a CASS, que é a mais alta organização de pesquisa acadêmica nos campos da filosofia e das ciências sociais, reúne 50 centros de pesquisa, que abrangem 260 disciplinas e 4 mil pesquisadores em tempo integral. Essa elite realiza “a busca da China por autonomia intelectual”, sob o férreo comando do governo, que não desmobilizou, de forma nenhuma, os seus mecanismos repressivos, mas que também não toma medidas sem prévia consulta aos cientistas. Diríamos que as regras do jogo foram claramente assinaladas: você, como intelectual, pode participar desses organismos (nos quais será muito bem pago), pode até criticar o governo, mas em tudo isso há um limite: a manutenção incólume da estrutura de poder do Partido Comunista. Avançar o sinal tem como resposta a eficaz repressão que faz desaparecer dissidentes ou que, se necessário, não duvida em mandar passar os tanques por cima de ativistas ousados, como aconteceu na Praça Tiannamen em 1989.
   
       Dentro desse marco de tolerância, muito bem delimitado, os pensadores chineses estão preocupados com uma dupla pesquisa, que visa a reconciliar dois objetivos concorrentes: como ter acesso aos mercados globais, protegendo a China, ao mesmo tempo, “da ventania da destruição criativa que poderia (desabar) sobre seu sistema político e econômico”. Em outros termos, eles tratam de responder à indagação acerca de como “a China virá para desafiar o mundo achatado da globalização americana com um Mundo Murado, de criação própria” [Leonard, 2008: 29].
   
       Algo ficou de fora da escala de valores da civilização chinesa, nessa evolução de séculos que deságua na atual globalização? Certamente, o valor ausente é o da liberdade, na forma incondicionada e simples em que vingou na civilização ocidental, como direito inalienável do indivíduo, que o leva a organizar o poder de baixo para cima, a partir do reconhecimento dos direitos individuais à vida, à liberdade, às posses, como apregoava John Locke. Justamente os dois problemas enfrentados, a ferro e fogo, pela China contemporânea, dizem relação aos espaços em que a ameaçadora forma da liberdade individual passou a inspirar o funcionamento das instituições: o Tibet e Taiwan. No caso tibetano, é claro que a China sempre encontrou uma não sintonia figadal com a forma de liberdade religiosa, que se traduzia em instituições teocráticas liberais no regime de Lhasa (que levaram Leibniz a imaginar, no século XVII, uma China protocristã, convertida ao budismo tibetano, que faria aliança com o Ocidente, contra o Islã). No caso taiwanês, os chineses não aceitam o modelo republicano de liberdades presente na “província dissidente”. Se houver, nas próximas décadas, um confronto armado em que a China se engaje, certamente ele começará por Taiwan. A experiência de Hong-Kong situa-se, no contexto do vasto experimento democrático dos chineses, como uma “Área Especial” em que vigora a liberdade de comércio, mas em que foram garantidas, preventivamente, as instituições que ligam essa província ao governo central da China, sem que haja a possibilidade de emergirem formas contestatórias de gestão.

        O elemento que seduz, na China contemporânea é, certamente, o fabuloso desenvolvimento econômico, que age como uma espécie de chamariz para a modalidade de capitalismo “Rio Amarelo”. As características dele quebram todas as expectativas estatísticas. Como frisa conhecido estudioso: “A escala da China é impressionante; é quase impossível, para nós, entender suas estatísticas vitais. Com um habitante a cada cinco do globo, a entrada da China no mercado mundial, quase dobrou a força de trabalho global. Metade das roupas e calçados do mundo já têm uma etiqueta onde se lê Made in China; e a China produz mais computadores do que qualquer outro lugar do planeta. O apetite voraz da China por recursos está devorando 40% do cimento do mundo, 40% do carvão, 30% do aço e 12% de energia. A China está tão integrada na economia global que seus prospectos têm impactos imediatos em nossas vidas diárias: ao mesmo tempo em que dobra o preço do petróleo e corta pela metade o custo dos nossos computadores, mantém a economia dos EUA em circulação, mas afunda a indústria calçadista da Itália” [Leonard, 2008: 18].
   
       Terminemos destacando as perspectivas que se abrem, para a China, nesta quadra do seu desenvolvimento histórico:
   
       1 – Mudança de rumo, não abandono do Patrimonialismo. A China, com certeza, está longe de sair da tradição patrimonialista que já tinha sido apontada, nela, por Weber e por Wittfogel. Continuará o poder a ter “donos”. O abandono do comunismo maoísta pela atual elite dirigente não significou, de forma nenhuma, um rompimento com a tendência à privatização do poder por parte de uma elite ou de uma casta. O Mandarinato chinês se modernizou. Tornou-se o gestor de uma nova Sociedade Limitada capitalista. O capitalismo chinês não é uma economia aberta às sociedades anônimas. É um modelo de capitalismo dirigido desde o Estado. Ou seja, é um modelo capitalista administrado pelo Estado Patrimonial. Os proprietários da Sociedade Limitada são os dirigentes do Partido Comunista. Acionistas minoritários são aceitos. Mas não podemos deixar de ter dúvidas quanto ao alcance do poder deles em face dos interesses do Mandarinato. Quem não se ajustar – como aconteceu com a Google – tem de arrumar as malas e ir embora.
   
       2 – Inserção da prática democrática no contexto do Patrimonialismo de tipo estamental-confuciano. A China pós Mao mudou a base cultural da dominação patrimonialista. O antigo comunismo foi trocado por uma versão afinada com a secular tradição confuciana. Se vivo fosse, Napoleão diria: “arranhai um chinês, encontrareis um confuciano”. Lembremos que o grande general já tinha dito: “arranhai um russo, encontrareis um tártaro”. Ora, o Mandarinato chinês se reciclou, deixou de vestir trajes de militante camponês para aderir ao terno e gravata, engavetou Marx e desengavetou Confúcio. O Mandarinato, que é o estamento dominante do poder, professa essa milenar religião da disciplina, do trabalho, do comércio, do capitalismo à la chinesa. Professa e fortalece a crença de uma “democracia dos melhores” nas várias instâncias da administração. “Democracia dos melhores” que consiste em eleger unicamente aqueles candidatos mais capazes, que se afinem, também, com o conceito oficial de “Mundo Murado”. Assim como em algumas regiões surgiram as áreas econômicas especiais, também o governo de Pequim estimulou, recentemente, uma experiência de democracia à la ocidental no remoto município de Pingchang, sob a orientação de um dos intelectuais do Partido Comunista mais preparado em matéria de inovações, Yu Keping. No entanto, esta é uma experiência que mais parece, como diríamos no Brasil, “para inglês ver”, ao não ultrapassar os limites estreitos de um remoto município do interior; experiência que, se apresentar riscos, pode muito bem ser suspensa, de forma instantânea, pelo governo central.
   
       3 – Reforço ao Patrimonialismo de regimes ao redor do mundo, na Ásia, na África, no Oriente Médio e na América Latina. A forma pragmática em que a nova liderança chinesa está se relacionando com os diferentes países nessas regiões é muito especial. Não questiona direitos humanos nem liberdades fundamentais (como faz, por exemplo, com o ditador do Sudão, com os generais da Birmânia, com os irmãos Castro em Cuba ou com o líder da “Revolução Bolivariana” em Caracas). Interessa a Pequim que as relações econômicas andem bem. De forma indireta, via pragmatismo comercial, os chineses terminam reforçando os regimes de patrimonialismo tribal na África, de estalinismo atômico na Coréia do Norte, de patrimonialismo macunaímico e populista na América Latina, de terrorismo fundamentalista dos Aiatolás, no Irã. Os Mandarins vêm com bons olhos os problemas que esses países causam à diplomacia européia e norte-americana. É uma forma indireta de ver reforçado o seu poder no cenário internacional. Só não toleram, e aniquilam, qualquer intento de patrimonialismo islâmico no seu próprio território, como fizeram com os revoltosos da província de Xianjiang em 2007 e 2008.
   
       4 – Reforço à presença militar chinesa em potências emergentes e em países do terceiro mundo. Essa estratégia inclui venda de armas e visitas de oficiais latino-americanos à China. A propósito, o estudioso Loro Horta informa: “Desde 2000, a China emprega uma estratégia diplomática paciente e de amplo escopo em relação à América Latina. A nova ofensiva sedutora do Exército de Libertação Popular (ELP) vem se consolidando de forma gradual, numa posição segura. As iniciativas, além da venda de armas, permitem cada vez mais ao ELP criar uma base para a cooperação militar de longo prazo, num futuro não muito distante” [Horta, 2009: 30]. Nos últimos anos, formaram-se em academias militares chinesas mais de 100 oficiais representantes das três forças de 12 países latino-americanos. Esses números tendem a aumentar e a tornar cada vez mais forte a presença militar chinesa no subcontinente latino-americano. É o fenômeno que os estudiosos chamam de “diplomacia militar da China”.
   
       5 – Modelo estatal de financiamento da pesquisa. Aqui radica um dos gargalos para o regime de Pequim alcançar os Estados Unidos. No sistema americano, o próprio Estado estimula as indústrias privadas a realizarem trabalhos de pesquisa nas áreas mais sensíveis para o desenvolvimento tecnológico do país. Mas a pesquisa é financiada apenas em parte pelo setor público. Compete à iniciativa privada desenvolver os trabalhos, a fim de manter a competitividade em face das exigências do Estado. A iniciativa privada, estimulada, arca com o ônus da pesquisa. Na China, o financiamento é inteiramente estatal. Conseguirá o regime de Pequim desenvolver o volume de pesquisas em alta tecnologia que o país precisa para superar aos seus competidores ocidentais, notadamente os Estados Unidos? Conseguirão os chineses criar e manter, por longo tempo, um regime adequado de liberdade intelectual, sem o qual as pesquisas não avançam? Por enquanto, em áreas muito sensíveis, ainda eles dependem da tecnologia ocidental.
  
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       LOVELL, Julia. Grande muralha – A China contra o mundo. (Tradução de S. Duarte). Rio de Janeiro – São Paulo: Record, 2008.
   
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       PEREIRA, Antônio Carlos et alii. A política externa do Brasil – Presente e futuro.
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       SUN TZU. A arte da guerra. (Tradução do francês por Sueli Barros Cassal. A versão francesa, do chinês, é do Padre Amiot, 1772). Porto Alegre: L&PM, 2000.
   
       VOLKOGONOV, Dimitri. Os sete chefes do Império Soviético. (Tradução, a partir da edição inglesa, a cargo de Joubert de Oliveira Brízida). Rio de Janeiro: Nova Fronteira, 2008.
   
       WEBER, Max. Economia y sociedad. 2ª edição em espanhol. (Edição preparada por Johannes Winckelmann; nota preliminar de José Medina Echavarría; tradução ao espanhol de José Medina Echavarría, et alii). México: Fondo de Cultura Econômica, 1977. 2 volumes.
   
       WITTFOGEL, Karl. Le despotisme oriental - Étude comparative du pouvoir total. (Tradução ao francês de Micheline Pouteau).
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sexta-feira, 9 de julho de 2010

ATUALIDADE DE UM TEXTO

"Cara-de-Paul" o Molusco brasileiro


Terminou a Copa da Africa do Sul e ficaram gravadas nas mentes dos torcedores as imagens mais destacadas. Como frisava o meu amigo Alexandre de Barros, com essa sua verve carioca, os dispositivos tecnológicos que nos garantiram imagens digitalizadas de grande perfeição, mudaram os rumos da arbitragem. O corpo de juízes da Fifa saiu perdendo feio para a tecnologia, que colocou em vivo e em direto, nas mega-telas dos estádios, os erros  grosseiros que outrora ficariam despercebidos. E as honoráveis progenitoras dos referees passaram a ser invocadas freqüentemente pelos coros de fanáticos furibundos com as barbeiragens detalhadas em ampla resolução. As câmeras flagraram, outrossim, as supergatas do evento, desde a paraguaia Larissa Riquelme até esse colírio da reportagem futebolística chamado Sara Carbonero, a jabolani do espanhol Casillas, que literalmente o desnorteou em campo quando ele a conheceu em março deste ano, mas que terminou sendo homenageada com um beijazo pelo felizardo goleiro após o triunfo do time ibérico. Bom, nós, brasileiros, nos divertimos também com o polvo Paul, que não falhou em nenhuma das suas previsões e que, para divertimento da platéia eleitoral, nos remete à lembrança do nosso molusco, cuja charge encabeça este comentário.

Mas vamos a comentários menos bem-humorados. Há um ano e meio, em 25 de fevereiro de 2009, publiquei o artigo que segue no jornal O Estado de São Paulo, com o seguinte título: MIRABEAU E O SENADOR, ao ensejo da entrevista que o Senador Jarbas Vasconcellos concedeu à revista Veja. A entrevista, como meu artigo, suscitaram verdadeira tempestade nas hostes petistas. Petralhas e simpatizantes me mandaram e-mails com xingamentos mil. Bom, como nesta campanha o importante é lembrar os vários aspectos do comportamento petista, a fim de comparar o seu modus agendi com o dos outros candidatos, reproduzo o citado texto, que, a meu ver, conservou toda a sua atualidade, levando em consideração que a condição que o motivou não mudou: o programa "Bolsa Família" constitui, ainda hoje, o maior projeto em andamento de compra de votos conhecido no mundo contemporâneo.

A seguir, o meu texto:

Há pessoas que intuem a natureza das coisas, como o astuto parlamentar francês Mirabeau, que dirigiu a Luís XVI as seguintes palavras, no início da Revolução Francesa: "Comparemos o novo estado de coisas com o Antigo Regime; aí encontrareis motivo para consolos e esperanças. Uma parte dos atos da Assembleia Nacional, a mais considerável, é evidentemente favorável ao governo monárquico. Não significará nada, por acaso, ter um país sem parlamento, sem governo de Estado, sem corporação de clérigos, de privilegiados, de nobreza? A ideia de constituir uma única classe de cidadãos teria agradado a Richelieu, pois esta superfície igual facilita o exercício do poder. Alguns reinos de governo absoluto não teriam feito tanto em prol da autoridade real quanto este único ano de Revolução."

A entrevista concedida pelo senador Jarbas Vasconcelos (PMDB-PE) à revista Veja (18/02/2009) é um fato revelador da natureza da política brasileira. Nada do que o parlamentar disse, porém, era desconhecido do grande público.

Que José Sarney é uma raposa que manterá as coisas como estão no Senado, atendendo aos seus compromissos clientelísticos, disso todo mundo sabe; que o PMDB é uma agremiação fisiológica, não há como negá-lo; que a corrupção não foi inventada pelo atual governo, mas que é prática consolidada na vida pública do nosso país, é lição que até as criancinhas sabem; que o PT rasgou a túnica da virgindade política, logo após o início do primeiro mandato lulista, com o festival de falcatruas que deu ensejo ao mensalão, é meridiano como a luz do meio-dia; que o Brasil perdeu a oportunidade de, tendo um governo com amplo apoio popular, efetivar as reformas necessárias, não há como negá-lo; que o Legislativo foi emasculado por um Executivo hipertrofiado e dono da bola da iniciativa legiferante, isso já todos nós sabíamos; que a política brasileira se tornou um festival de safadezas, em que os protagonistas cuidam, em geral, unicamente do seu, sem olhar para o bem do País, também é mais do que conhecido.

Então, por que tanta celeuma em face da entrevista do senador? Por dois motivos, no meu entender.

Primeiro: se Lula não inventou a corrupção, à luz da entrevista de Jarbas Vasconcelos fica claro que a democratizou. O presidente, no sentir do senador pernambucano, com a sua retórica de banalização desse mal, decretou um "liberou geral" para a leviandade política. A instituição da Presidência tem, na história da República brasileira, um peso enorme, herdado da desastrosa progênie do castilhismo-getulismo. Lula não inventou a hipertrofia do Executivo na vida da Nação. Mas pôs toda essa influência a serviço da banalização dos deslizes na gestão da coisa pública. Ser corrupto virou coisa normal, se colocarmos a infinita compreensão do presidente para com os seus subordinados em face dos inúmeros episódios de corrupção da vida pública patrocinados por eles (as escabrosas histórias do mensalão, dos sanguessugas, dos cartões corporativos, dos grampos das agências oficiais, da intimidação da imprensa, dos inquéritos e CPIs abafados pela base aliada, do terrorista anistiado pelo ministro da Justiça, dos esportistas cubanos que pediam asilo e foram entregues ao ditador do Caribe pelo mesmo ministro, etc.).

Vale aqui repetir as palavras do senador. "A corrupção sempre existiu, ninguém pode dizer que foi inventada por Lula ou pelo PT. Mas é fato que o comportamento do governo Lula contribui para essa banalização. Ele só afasta as pessoas depois de condenadas, todo mundo é inocente até prova em contrário. Está aí o Obama dando o exemplo do que deve ser feito. Aqui, esperava-se que um operário ajudasse a mudar a política, com seu partido, que era o guardião da ética. O PT denunciava todos os desvios, prometia ser diferente ao chegar ao poder. Quando deixou cair a máscara, abriu a porta para a corrupção. O pensamento típico do servidor desonesto é: se o PT, que é o PT, mete a mão, por que eu não vou roubar?''

Segundo motivo da celeuma causada pela entrevista: Lula, para manter o alto grau de popularidade, terminou corrompendo os eleitores de baixa renda, mediante uma política assistencialista escancarada, corporificada no programa Bolsa-Família.

"O marketing e o assistencialismo de Lula", frisou Jarbas Vasconcelos , "conseguem mexer com o País inteiro. Imagine isso no Nordeste, que é a região mais pobre. Imagine em Pernambuco, que é a terra dele. Ele fez essa opção clara pelo assistencialismo para milhões de famílias, o que é uma chave para a popularidade em um país pobre. O Bolsa-Família é o maior programa oficial de compra de votos do mundo. (...) Há um benefício imediato e uma consequência futura nefasta, pois o programa não tem compromisso com a educação, com a qualificação, com a formação de quadros para o trabalho."

E para ilustrar esse caráter nefasto do mencionado programa, o senador contou uma história que se passou em seu próprio Estado, Pernambuco: "Há um restaurante que eu frequento há mais de 30 anos no bairro de Brasília Teimosa, no Recife. Na semana passada, cheguei lá e não encontrei o garçom que sempre me atendeu. Perguntei ao gerente e descobri que ele conseguiu uma bolsa, para ele e outra para o filho, e desistiu de trabalhar. Esse é um retrato do Bolsa-Família. A situação imediata do nordestino melhorou, mas a miséria social permanece."

Lula conseguiu a façanha de unificar o País numa única classe, a dos dependentes do favor oficial.

Uma concessão lúdico-erótica aos meus leitores, que aguentaram, até aqui, incôlumes, a leitura dessa pesada narrativa acerca do programa eleitoral lulista: reproduzo, a seguir, a foto da jabolani do goleiro Casillas, a jornalista esportiva Sara Carbonero, flagrada pela revista Elle.